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domingo, 16 de enero de 2011

EL SANATORIO DE MUÑECOS


EL SANATORIO DE MUÑECOS

Tenía un cartel enorme, con las letras grandes y verdes: “Sanatorio de muñecos”, pero aquellos  balcones cerrados que tanto la fascinaban le recordaban más la casa de la tía Ascensión que al hospital en el que acababa de nacer su hermanita.
Tía Vicen
Qué
¿Por qué el sanatorio de muñecos no tiene jardín?
¿Cómo dices, hija?
La niña señaló el cartel y la tía Vicen, que cada noche aguantaba con gallardía y perplejidad los porqués interminables de aquella renacuaja de curiosidad insaciable, se empezó a temer lo peor.
No tiene jardín porque ya no queda sitio para jardines en esta calle, que es toda de tiendas.
Entonces, tía Vicen, cuando las muñecas que están malitas se ponen mejor...¿dónde van de paseo con las enfermeras?
Pues...al Retiro.
Está muy lejos, tía Vicen... Pobrecitas las muñecas que no pueden tomar el sol por la culpa de las tiendas...
De repente a la niña se le iluminó la cara:
¡Ya está, tía! ¡Vamos a hablar con el señor de Galerías Preciados para que les dé un cachito de tienda y puedan hacer un jardín! Seguro que como Galerías es tan grande como un planeta...¡al señor no le importa regalarles  un cachito para que hagan un jardín! ¡ vamos, tía, vamos a hablar con ese señor!
Vicenta tomó aliento mientras se resistía a los tirones de su sobrina. Por lo menos volvía a ver su carita encendida de ilusión. No la veía así desde que nació la hermanita.
Pero...¿sabes qué puede pasar? Que si nos vamos ahora a buscar al señor de Galerías...igual se nos hace tarde y se nos van los Reyes Magos ¡y a ver a quién le damos la carta!
¡Pues entonces corre, tía, corre! Les damos la carta y luego buscamos al señor. Oye, tía...¿les tengo que decir a los Reyes que se me escapa el pis?

                                                                      • • • • •

Miraba fascinada aquel lugar que tanto había imaginado. Tras el mostrador, un simpático señor con bata blanca la escuchaba con una sonrisa amable. Pensó que sólo le faltaba un fonendo colgado del cuello para asemejarse más a lo que realmente era: un médico, pero de muñecos.
Los pacientes curados esperaban el alta sentados en estanterías. Todos lucían contentos, con su brazo nuevo o con su pelo recién estrenado y brillante. Algunos aparecían ya tan ajados como los zapatos viejos que esperan en los estantes del taller del zapatero remendón. Una Mariquita Pérez tuerta, muy parecida a la de la abuela Raquel, coronaba majestuosa desde lo alto, como una vieja reina madre respetada por todos.
No sé si tendré bastante con el dinero de la hucha, pero, si no le importa, después de Reyes le puedo traer lo que falte...
La chica había sacado de la mochila una Nancy sin piernas, cinco Barriguitas semidesnudos y un Geyperman con su jeep sin ruedas.
No quiero darlos así en la Parroquia. No me parece bien. Yo creo que los niños que los reciben se deben poner muy tristes pensando que los Reyes Magos les traen juguetes rotos.
Cuando fue a pagar el señor de la bata blanca no le quiso cobrar. Al contrario, regaló a la hermanita un chupachús y a ella le dijo que viniera cuando quisiera, que le enseñaría a curar a los muñecos.
¿Viste esa caja llena de ojos de vidrio? ¡Qué asco! le dijo la hermanita al salir.
Ella volvió a pensar que, irremediablemente, su hermana era tonta.

• • • • •

— Pues los años no la han mejorado. No es que sea tonta, es que no se puede ser más estúpida, por Dios...
Se habían detenido  bajo el letrero enorme y verde de la calle Preciados. Allí le había contado aquellos episodios de su infancia. Les gustaba compartir las partes de su vida en las que el uno o la otra no existían, el antes de conocerse, cuando parecía imposible que ni siquiera se presintieran.
— Reconoce, querido, que como respuesta a la original pregunta “¿Por qué te hiciste médico?” no tiene desperdicio
— Y además es verdad
Se cogieron de la mano y retomaron el camino, con calma, disfrutando de las confidencias y del simple hecho de estar juntos.
En la Puerta del Sol ya empezaban a colocar las luces de Navidad.

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