Atención:

Licencia Creative Commons
Papeles de Nunca Jamás por Esther Requena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-LicenciarIgual 3.0 Unported.

miércoles, 16 de febrero de 2011

ENREDO (Divertimento al Agatha Cristie modo)


“La señora Trotwoold, siguiendo órdenes de Lady Harlington, sirvió el té en la Biblioteca. Todos los convocados acudieron con puntualidad británica, expectantes al intuir que el detective, por fin, desvelaría el misterio del asesinato del conde de Pixton, segundo marido de Lady Harlington, de soltera Frances Morton-James and James.
          El detective fue mirando, uno a uno, a los allí presentes. Podía leer la inquietud en los ojos de Lord Montbotton, el primogénito de Lady Harlington y su primer marido, el difunto Vizconde de Earlington, que falleció en extrañas circunstancias, víctima de una flema (británica). Se rumoreaba que Lord Montbotton y su esposa, Madelaine, se hallaban al borde de la quiebra al haber dilapidado buena parte de la herencia del difunto Vizconde en negocios de sospechosa honorabilidad. También se especulaba con el papel que en el siniestro financiero habían jugado los carísimos caprichos de Phillis James-Morton, hijastra de Lady Harlington y amante de Lord Montbotton. La señorita James-Morton acariciaba con displicencia la estola de marta (cibelina). El detective se atusó el cuidado bigote mientras trataba de evocar el recuerdo de una imagen parecida a la que Phillis James-Morton ofrecía en aquel instante. Precisamente fue en la fiesta de compromiso de Phillis James-Morton con el Duque de Foxtrot, Perceval, cuando el conde de Pixton fue asesinado. Su cadáver fue descubierto en el gabinete que daban paso a los aposentos privados de su primera esposa, Margaret, madre de Phillis, que abandonó a su hija, su marido e incluso su morada familiar, Cleveland Manor, la portentosa mansión del siglo XVII en el condado de Clock, Devonshire, en el que se hallaban. Margaret, sentada entra su hija y su marido, Jean François Petitpoint, el pintor parisino por cuyo amor había prescindido de su cómoda vida de noble ociosa y  británica, dejaba traslucir un orgullo ancestral que no casaba en absoluto con el aire bohemio que desprendía. El hecho de que, por herencia paterna, su hija Phillis se convirtiera en Condesa de Pixton y por matrimonio en Duquesa de Foxtrot (consorte) la llenaba de satisfacción por lo que, advirtió el detective, el hábito cuando no el instinto, le llevo a estirar el meñique mientras bebía de su taza de té de finísima y antiquísima porcelana de Lladró. Al detective no le pasó desapercibida la mirada cómplice que se dedicaron Petitpoint y Percy, duque de Foxtrot, y cómo Madelaine propinaba disimuladamente un ligero codazo a su marido, Nigel para que se apercibiera del gesto de los dos hombres.
El detective carraspeó y, con una voz atildada, extraña a su aspecto de coloso, se dirigió a los presentes:
― Se preguntarán ustedes si, tras dos días de investigaciones, estoy en disposición de ofrecer una hipótesis coherente que arroje luz sobre los extraños acontecimientos que desembocaron en el asesinato de Lord Percival, conde de Earlington en…
―Lord James-Morton, conde de Pixton― corrigió su viuda.
― Bueno, sí…eso. Bien, con su permiso, Milady, prosigo: en primer lugar me llamó la atención que en el momento del descubrimiento del cadáver por el ama de llaves, la señora Harlington…
― Harlington es mi título por parte de padre, señor mio ―volvió a corregir la anfitriona― el ama de llaves es la señora Trotwold.
― Eso es, Trotwold. Muchas gracias de nuevo, Milady. Decía que me resultó sorprendente comprobar con mis propios ojos cómo el ama de llaves pasaba disimuladamente a la doncella unos atizadores de chimenea manchados de sangre que a su vez le habían sido entregados por detrás por la señorita Ryes-Mayers
― ¿Pero quién es la Ryes-Mayers?― volvió a interrumpir Lady Harlington
― Pues ésa― respondió el detective señalando a Phyllis, la hija del difunto― la que lleva el pellejo colgando de los hombros.
― ¿Se refiere usted a mi hijastra, Phyllis James-Morton; a su madre, Margaret Petitpoint, o a mi nuera Madelaine, señora de Lord Montbotton?― inquirió de nuevo y con fastidio la de Harlington.
― A esa, a esa― volvió a señalar el detective, con un inicio de neuralgia de trigémino martilleando el párpado derecho― Para resumir, que todo hacía sospechar que, sola o en compañía de otros, la de la piel por encima, o sea, ésa―dijo mientras que con la barbilla apuntaba a Phyllis― propinó a su padre el vizconde de Exter un par de contundentes golpes con el fin de causarle la muerte y heredar.
―Yo ya no me molesto en corregir a este señor, Nigel, hazlo tú si quieres
― Por otra parte― prosiguió impertérrito el investigador― A nadie puede extrañar la relación que, por un lado mantiene la de las pieles con éste otro señor, Lord Trombocid, relación que su mujer, Ambrosia, consiente mientras no le falte a ella de nada. Puede que, llevado de la ambición, Lord Sintron pergeñara un plan para que su amante, la chiquita ésta del pellejo, heredara (o heredase) el condado de Montecristo. Pero…¿es realmente él el cerebro del complot? Yo digo: no. Todo este plan está urdido por la mente cibelina de su madre, la señora Crochet, cansada de que el bujarrón de su marido italiano, Francesco, se los ponga con Perceval, Duque de Mantua. Sin embargo, señoras y señores, me veo obligado a revelarles un secreto. Algo que les helará la sangre hasta tal punto que pelearán entre ustedes como alimañas por el pellejo de aquí, de ésta― advirtió, mientras señalaba a Phyllis con la suela del zapato.― Tengo que anunciarles algo: en realidad, Percy no es hijo biológico del Duque de Cornualles, sino que fue adoptado en su más tierna infancia para ocultar que el Duque Padre era impotente. En realidad Perceval es hijo del ama de llaves, la Señora Trotamunds y el Príncipe de Bekelaer― Y diciendo estas palabras cayó al suelo, víctima de una liposucción”
― Entonces…¿quién es el asesino?― pregunté a mi abuelo, que me leía la historia mientras yo me recuperaba de la operación de apendicitis.
― Espera a ver…― dijo mi abuelo, mientras pasaba las páginas restantes para llegar al final de la novela― Aquí dice que el mayordomo.
―¿Qué mayordomo?, Abuelo…¿a que te has vuelto a inventar la historia?
― Sólo un poco. A mi estas cosas de ingleses tomando el té me parecen un tostón. Y me dan un hambre que para qué contarte…¿Quieres tú algo de la nevera, Perceval García, de los Tenderos de la Esquina de toda la vida?

No hay comentarios:

Publicar un comentario