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Papeles de Nunca Jamás por Esther Requena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-LicenciarIgual 3.0 Unported.

martes, 25 de octubre de 2011

MINA (ESTRELLA FUGAZ)




MINA
Se llama Nelson y vive en Dabeiba, cerca de Medellín.
Pero también podía haberse llamado Samir, Tai o Daniel y vivir cerca de Kabul, del río Mekong o del puente de Dubrovnik.
Nelson o Samir; María o Jamila; Li o ´Zé, sienten lo mismo cuando por sus cielos –tan iguales, tan diferentes- cruza una estrella fugaz iluminando la noche: que la suerte se aproxima, que el milagro se acerca. Que algo bueno está a punto de pasar.
Aquella vez, Nelson pidió un deseo.
Quizá Jamila se hubiera encomendado a sus ancestros; quizá Tai se hubiera tocado los ojos tres veces para atraer a la buena suerte. Me consta que Daniel hizo lo mismo que Nelson y que María y pidieron algo al cometa que pasaba dejando su estela de luz sobre sus cabezas.
Nelson pidió que su padre le trajera de Medellín un balón de reglamento, aunque sabía que era muy difícil, que todos los pesos se le irían en pagar el pasaje de la guagua.
´Zé pidió unos zapatos para su madre y Samir que volviera a nevar para que al día siguiente el camino a la escuela resultara intransitable.
A Nelson esa tarde le tocaba de portero. “Como Casillas”, aunque después me dijo que tampoco le hubiera importado jugar de defensa, como el novio de Shakira.
Li había ido con su madre a recoger juncos para fabricar cestos y Daniel y sus amigos triscaban por los escombros en busca de monedas, botones o cualquier otro tesoro.
Todos ellos creían que la guerra ya había acabado.
El delantero del equipo contrario tiró con fuerza y, aunque el balón no era sino un esférico amasijo de papeles, voló sobre los imaginarios postes enmarcados por piedras y se perdió en algún punto del campo yermo.
Ven a buscarlo conmigo, pendejo
Nelson conminó al delantero a que lo acompañara. Después me dijo que toda su vida se arrepentiría de su rabia contra aquel muchacho que tiraba a puerta mejor que él.
Fue el otro chico el que pisó la mina, sin querer. Sin embargo, ´Zé la pateó para ver si sonaba y Samir hizo lo mismo camino de la escuela.
A Nelson le pareció que el resplandor de la estrella fugaz le envolvía y que él se enganchaba con fuerza a la cola de luz, hacia la noche.
Los oídos le estallaron dentro del cerebro en el mismo instante en que el recuerdo de un balón de reglamento cruzó  raudo por su mente.
Después, todo fue oscuridad.
Nelson perdió las dos piernas. Aún me dice que tuvo suerte, que peor fue lo del pobre delantero del otro equipo, que murió allí mismo.
Samir, Tai, Daniel, Li, Jamila, ´Zé. La madre de Li. El delantero del otro equipo.
Nelson.
Otros niños; otros hombres y mujeres. A veces simples cifras en estudios que ilustran en fríos porcentajes la maldad que se esconde en el corazón humano.
Que asesina o mutila la esperanza con el fulgor efímero de una explosión.

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