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sábado, 24 de enero de 2015

LA SIRENA DEL MANZANARES

Este relato está especialmente dedicado a mis vecinos y amigos del grupo de Facebook "NO ERES DE ARGANZUELA SI..." , de los que disfruto y aprendo cada día.




LA SIRENA DEL MANZANARES

Se dijo que fueron unas lavanderas que hacían la colada bajo el Puente de Toledo quienes la vieron llegar flotando sobre la superficie del agua, arrastrada por la corriente. Primero creyeron que era un tablón de madera que alguien había tirado al agua; después pensaron en un cadáver y comenzaron a asustarse. Cuando aquello giró hacia la orilla y se quedó encallado entre los juncos, pudieron comprobar, atónitas, que se trataba de una sirena.

— ¿Qué quiere decir atónitas?
—Extrañadas, perplejas.
— ¿Y cómo era la sirena?
—Pues no se parecía a la de Andersen, al contrario: se asemejaba más bien a un monstruo...  ¿continuamos?
—Sí. Venga, sigue.

La sirena del Manzanares era pequeña, apenas llegaba a medio metro. Su piel era de un leve color azulado, casi transparente, tan fina que permitía ver sus órganos internos: su cerebro, su estómago, sus pulmones y su corazón que latía tan rápido como el galope de un caballo. No tenía nariz, tampoco labios, y su boca era un agujero negro de la que salían unos dientes iguales y afilados, parecidos a  los de las merluzas. No tenía pelo a no ser que se considerara pelo a unas guedejas, quizá algas, que le colgaban de la coronilla calva.
—¿Tenía ojos?

—Sí. Eran verdes, totalmente verdes. Sin la parte blanca que tenemos los humanos; tampoco pupila, ni párpados, pestañas y cejas. Sin embargo, una lavandera dijo en el periódico que en esos ojos podía leerse que tenía mucho miedo.
— ¿Y brazos?
-—Dos. Largos y muy delgados, que terminaban en unas manos finísimas con los dedos unidos por una membrana, como los patos, y unas uñas largas y afiladas, también verdes.
— ¿Y tenía cola de pez?
—Bueno, no era precisamente una cola de pez. Tampoco tenía escamas. Lo cierto es que sus piernas estaban unidas y le faltaban los pies.
— ¿Era sirena o sireno?
—Pues mira, a eso no te puedo responder. Que yo sepa nadie dijo nada, ni a mí se me ocurrió preguntárselo a mi abuela. No era tan curiosa como tú...

—Sigue, abu. ¿Qué le pasó a la sirena?

Las lavanderas se asustaron muchísimo y corrieron a avisar a los bomberos de la Puerta de Toledo para que se hicieran cargo de aquel ser tan extraño. Alguien corrió la voz y, en un periquete, allí se formó la de San Quintín: los vecinos de las Pirámides y los Carabancheles  acudieron incluso antes que los guardias. Se cerraron tabernas, talleres y comercios. Todos los reporteros de la ciudad tomaron pluma y papel para no dejar detalle sin contar en sus crónicas. Llamaron a los fotógrafos que se apostaban alrededor de Palacio para que tomaran imágenes de aquel prodigio, aunque, extrañamente, no salió visible en ninguna de ellas. La noticia se extendió por la ciudad con la velocidad del rayo. Incluso, dicen, llegó a la Corte, pero allí no se enteraron porque se hallaban de veraneo en Santander, tomando baños de olas...

— ¿Y la sirena?

—La pobrecita chillaba. Chillaba de una forma extraordinaria, como antes nunca se había escuchado. Chillaba, dicen, para mantener alejada a la gente que se agolpaba a su alrededor. El caso es que pronto se dieron cuenta de que se estaba muriendo.
— ¿Por qué, abu, cómo lo supieron?
—Pues verás, me contaron que empezó a secarse. Sí. Su piel se apagaba y se volvía más oscura, más opaca y tiesa, como un pergamino. Su corazón ya no era un caballo al galope, al contrario, sonaba cada vez más débil y más lento. Pronto dejó de gritar y sus ojos se quedaron sin brillo. La gente, de repente, comprendió lo que estaba a punto de pasar y guardó un respetuoso silencio. Sólo pudo oírse, muy bajito, una oración.
— ¿Se murió?
—Sí, cielo mío, así fue. A pesar de que le echaron cubos y cubos de agua, como hacen con las ballenas que se quedan varadas en las playas, la sirena del Manzanares se murió.
— ¿Y la enterraron?
—Pues ahora viene la parte más extraña de la historia. Verás: los hombres sabios de la ciudad decidieron estudiar a la sirenita, y, para ello, debían hacerle una autopsia. Quizá luego la disecarían y la expondrían para que todo el mundo, incluido el Rey, pudiera verla. Así que la llevaron en un tonel con agua hacia el Museo de Ciencias Naturales, el que está en la Castellana...
— ¿El que tiene el diplodocus?
—Eso es, chica lista. Emprendieron el camino, cruzando la ciudad. La gente, emocionada, seguía el carro que portaba el cuerpo de la sirena, rezando como si fueran en procesión cuando, al llegar a la fuente de Neptuno, de repente la sirena se puso en pie, señaló al dios con su índice palmeado de uñas largas y verdes y emitió un agudo chillido. Imagínate. La comitiva de madrileños se quedó petrificada. Nadie sabía qué hacer además de taparse los oídos, hasta que dos lavanderas y un zapatero que tenía un taller en La Melonera, cogieron el tonel a pulso, lo bajaron y echaron a la sirena al agua de la fuente.

— ¿Y qué pasó con la sirena?
 —Pues verás, a partir de ese momento a la historia le pusieron varios finales. Hay quien dice que el Rey, enterado del asunto, se apenó de ella y ordenó que fuera devuelta al mar; otros dijeron que la sirena, pequeñita como era, consiguió colarse por el desagüe de la Fuente de Neptuno y que, desde allí, siguiendo el curso del río, llegó al Jarama, después al Tajo y por fin al Atlántico; otras versiones dicen que desde entonces vive en el estanque del Retiro. Nadie sabe con certeza qué pasó con la sirena.
— ¿Y tú qué crees, abu?
—A mí me gusta creer que está en el Retiro. Por eso, mañana, si te mejoras, podemos ir allí y echarle pan para que coma. Para que como ella y de paso los patos.
—Abu... pero no es verdad. Todo es un cuento que me cuentas a mí, como a ti te lo contó tu abuela. El Manzanares es un río demasiado pequeño para que haya sirenas...
—Entonces mejor no te cuento lo que ocurrió cuando se vio llegar una ballena por El Pardo...
— ¡Sí, abu! ¡Sí, sí, sí, sí, sí!
—Mejor mañana, cuando vayamos al Retiro a dar de comer a la sirena. Ahora, dame un beso y...a dormir.

6 comentarios:

  1. ¡Hombre!, -he exclamadao al ver de nuevo una entrada tuya...
    ¡Que abandonadas nos tienes, jamía. No tenía noticias tuyas desde hace meses y estaba empezando a preocuparme... Me alegro de que hayas retomado la pluma después tanto tiempo, linda flor. ¡M'ancatao! A ver para cuándo "la ballena por el Pardo". No tardes, que tienes a tus fans con el "mono".
    Un besazo grande y gordo, Estersita

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  2. Maravilloso relato. Gracias por hacernos disfrutar con historias fantásticas ambientadas en el barrio.

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  3. ¡Ay mi Encarniiii! Ando un poco desfondada, llego cansadísima del Insti con poca gana de sentarme en el pc.
    Y también es que estoy vaga vaguísima.
    Raquel, muchas gracias. Voy a ir recopilando los relatos del barrio y a irlos subiendo al grupo, ya que me animáis muchísimo.
    BESAZOS

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  4. Bueno, yo no soy de Arganzuela, pero me gusta nuestro aprendiz de río y embarcarme en las peligrosas aguas del Retiro y.., me ha encantado saber que hay sirenas viviendo en ellas, estoy atenta para cuando llegue la ballena.
    Hablando de esta última ¿sabes que hay un lugar llamado Riesgo donde venden esperma de ballena? Es cierto ¡eh! míralo en sanguguel. Besitos.

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  5. Gracias bonita! No dejes de escribir nunca que tienes mucho talento y para nosotros eres un orgullo del barrio. Un abrazo

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  6. Un beso enorme, voy a rescatar algún otro relato del barrio.

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